
El ocho de mayo de 2025 pasará a la historia como el día en que el rugido del León vuelve a estar al frente de la Iglesia de Roma.
Mil cuatrocientos seis millones de católicos han visto a Robert Francis Prevost, de nacionalidad americana, nacido en Chicago (Estados Unidos), en 1955, con 69 años asomarse al balcón una hora y unos minutos después de que todos los medios de comunicación del mundo nos mostrasen a las 18:07 minutos de la tarde una fumata blanca que anunciaba al nuevo soberano del trono de Pedro.
Robert Prevost, de segundo apellido Martínez, de ascendencia hispana, es agustino. Conocedor de los problemas sociales de los pobres, se ha pasado media vida en misiones. Parco en declaraciones a la prensa, se ha mostrado siempre contrario a quienes ejercen el poder de forma autoritaria. Se ha manifestado en numerosas ocasiones contrario a las actuaciones de Trump, contrario a abrir las puertas de Norteamérica a quienes, sin duda también ayudan a hacerla grande.
Robert Prevost, en una transformación mística ha elegido el nombre papal de León XIV. Sin querer adentrarme en esta breve crónica del suceso ocurrido en Roma del que ya tenemos millones de datos en las webs de todo el mundo, si me gustaría apuntar que ha tenido la deferencia, imagino que con toda la intención de manifestarse sólo en idiomas latinos: Italiano, Español (cuyo idioma habla perfectamente) y Latín. No se ha manifestado en Inglés. ¿Cuál ha sido su intención?
Para nada se puede entender como una renuncia a sus orígenes, es norteamericano y, aunque se ha pasado media vida fuera de aquella gran nación, sin duda será un puente entre la administración americana y toda la América Latina tan necesitada de voces que denuncien los totalitarismos que la asolan. Además, la elección del nombre nos acerca de nuevo a la época precomunista, donde un papa León XIII, lucho como pudo o le dejaron para que el pueblo llano tuviera la posibilidad de desarrollarse en un mundo donde la Revolución Industrial generó unas enormes desigualdades sociales en todo el mundo. La humanidad necesita mensajes sobre dichas desigualdades, teniendo en cuanta que siguen existiendo en la sociedad moderna en la que nos encontramos.

Ha leído un discurso magistral. Sin concesiones excesivas a nadie. El término más utilizado ha sido PAZ. Y ello nos lleva a pensar que muy pronto le veremos tratando de fomentar un encuentro viable entre Judíos y Palestinos para resolver de una forma considerable el conflicto de Gaza; y seguramente no le temblará el pulso (se le considera un gran estratega) al involucrarse en la resolución de los grandes conflictos que nos acosan, en especial la guerra de Ucrania o el recién iniciado conflicto entre Pakistán e India.
Como León XIV, no le temblará el curso en seguir involucrado en la resolución de los grandes conflictos que asolan a la propia Iglesia. Las finanzas, los temas de carácter sexual y otra serie de conflictos relacionados con las minorías a las que el Papa Francisco tanto caso hiso, seguro que no le serán ajenos.
Es, a decir de muchos, un Papa técnico, no en vano estudio matemáticas. Pero a la vez filósofo y de mentalidad agustina. San Agustín, haya por el año 400 decía: Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. Por ello, desde que le hemos podido ver en el balcón, nos ha parecido a muchos la persona idónea para llevar el enorme peso de la Tiara de Pedro. Sus próximos días serán decisivos, pero sobre todo no deberíamos tratar de ver en él a un fiel continuador del Papa anterior, no lo será sin duda.
Robert Francis Prevost Martínez ya no existe, ninguna transformación puede ser más intensa que la de entrar en un Cónclave como hombre y salir de él ungido con el sello del Espíritu Santo, convertido en Papa, y no en uno cualquiera, sino en el Papa León XIV. Y seguro que, al tomar la decisión de aceptar el peso del papado, tendría presente las palabras de San Agustín cuando afirmó: Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.

Mil cuatrocientos seis millones de católicos están de enhorabuena, aunque quizá todos deberán arrimar el hombro para que este hombre pueda.